Hoy comparto con vosotros la historia de una de las personas que tengo la suerte de tener en mi vida, con el objetivo de mostrar que ser seropositivo tiene inevitablemente un impacto en los que te rodean. Camille cuenta su historia (nos cuenta) y creo que su testimonio resume bastante bien las razones que me empujan a expresarme.
Gracias por esta hermosa declaración de amor.
Camille, 31 años, París
Conocí a Remi en otoño de 2010. Yo era vendedora en una boutique de moda, Remi era comercializadora visual allí. No éramos especialmente cercanos, nuestras diferentes misiones y nuestros horarios, a veces escalonados, no nos permitían desarrollar ese vínculo, pero nos llevábamos bien y me sentía en confianza con él: profesional, apasionado, pero sobre todo amable, simpático, divertido... Dejó este trabajo de la noche a la mañana, unos meses después de mi llegada, y recuerdo que me entristeció un poco que se fuera sin despedirse.
Unas semanas después de su salida, Remi publicó un post en Facebook que denominó "salida del armario" y en el que explicaba que era seropositivo desde hacía unos años. Y entonces me caí de la silla. Porque para mí, ser seropositivo significaba estar superenfermo, y no recordaba que Remi "pareciera enfermo". Hice la distinción entre el VIH y el sida, pero pensé que uno llevaba necesariamente al otro y, por tanto, que una vez iniciado el "proceso" tenía que ser físicamente visible. Así que yo era una de esas personas, como la gran mayoría de la gente en esta tierra, por desgracia. Me conmovió especialmente esta "salida del armario", me pareció un proceso increíblemente valiente y humilde, así que le escribí un mensaje a Remi, sólo para decirle que me había conmovido. Me contestó, nos enviamos unos cuantos mensajes y luego dijimos que teníamos que tomar una copa.
Nos encontramos en un café de la Rue de Bretagne, y me explicó lo que significaba, médicamente hablando, ser seropositivo hoy en día: el tratamiento, los efectos secundarios, la carga viral indetectable... Ese día comprendí que los tratamientos permitían contener el virus, como si estuviera atrapado en una pequeña caja para evitar que dañara el cuerpo del portador y el de sus parejas. Me di cuenta de que estas drogas mágicas también eran muy pesadas, y que en ese momento Remi tenía un tratamiento que le hacía enfermar, le daba dolor de estómago, le agotaba.
Remi también me habló de las consecuencias sociales: el juicio de algunas personas de su entorno, la huida de posibles parejas sexuales/amantes... Comprendí lo difícil que era para él saber cuándo y cómo anunciarlo, y a veces incluso si debía hacerlo o no: ¿Es mejor explicar a tu empleador que eres seropositivo y que el tratamiento te hace enfermar muy a menudo, y así arriesgarte a sufrir una posible discriminación, o es mejor no decir nada y dejar que crean que eres un empleado poco fiable que se ausenta regularmente del trabajo sin dar una razón válida? Estas preguntas parecían perseguir a Remi: ¿a quién se lo debo decir, cuándo, cómo? Creo que en su momento probó un poco de todo, varió las técnicas, y desgraciadamente una no funcionó necesariamente mejor que la otra: cuando la gente no está educada en este tema, hay muchas posibilidades de que reaccione mal. Y cada vez, la moral de Remi y tal vez incluso su confianza recibieron un golpe extra.
Ese café seguramente abrió una nueva página en mi vida: una vida en la que entiendo lo que significa ser seropositivo hoy en día, una vida en la que ahora puedo educar a la gente que me rodea ("te aseguro que no corres el riesgo de contraer el sida por besar a tu novio que se cepilló los dientes con el cepillo de su tía seropositiva"... cierto...), una vida en la que me doy cuenta de lo cutre o incluso peligroso que puede ser hacer bromas al respecto... Una vida en la que ahora sé que si me enamorara de una persona seropositiva no tendría miedo (y está claro que eso nunca lo habría podido decir hace diez años). Y sobre todo una vida con Remi, porque después de ese café ya no nos separamos.
Somos amigos desde hace casi diez años, y esta conversación sobre el VIH nunca ha cesado: los cambios de tratamiento, los altibajos, el alivio cuando su médico le hizo probar un nuevo fármaco que ya no le hacía enfermar, la satisfacción cada año cuando se entera de que sus pruebas son todas buenas, los grandes imbéciles que le hacen daño, los grandes amores que iluminan su corazón...
Y entonces, hace casi tres años, Remi decidió contar a unos cuantos amigos, entre ellos a mí, cómo se había contagiado. Conocíamos la historia, pero había un "detalle" que nunca nos había contado: con este tipo no había consentido. Recuerdo que aquella noche comprendí lo mucho que Remi debió juzgarse a sí mismo, hasta el punto de temer que incluso sus amigos más cercanos pudieran juzgarle. De todos modos, Remi había decidido en ese momento que no podía seguir funcionando así, que esos tabúes le hacían demasiado infeliz y que tenía que sacarlo todo. Por eso quería hablarnos de ello, puede parecer tarde, pero nunca es demasiado tarde.
Un año después, hubo un desengaño amoroso de más, otro imbécil que tuvo una reacción de mierda cuando Remi le contó su condición de seropositivo. Y esa gota de agua acabó por romper el enorme jarrón que Remi había llevado durante años. Y Remi decidió escribir este blog. Y al verter toda el agua de este jarrón en Internet, se liberó de un enorme peso, pero también creo que sació la sed de muchas personas que necesitaban leer esto, para entender que no están solas, pero también para comprender lo que es ser seropositivo.
Así que bravo, y gracias Remi. Puedes estar orgulloso de ti mismo, ¡al menos yo lo estoy!
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